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La  degustación  de salsa

2 de febrero 2017

Al verlo, el plato se luce como una paleta de un pintor, pero esta vez las gotas coloridas no son pinturas sino salsas mexicanas. A diferencia de las pinturas, no hacen falta las químicas para formar las vistas vivas por los ingredientes naturales. ¿Qué me atraen? Me fijo en ellas: la salsa verde y la salsa con aguacate. De manera similar, las dos se emiten tintos brillantes de amarillos y verdes—los colores que me acuerdo de la primavera. Hay la salsa verde, con una textura tan rala y fluida que se puede ver las manchitas de las semillas de los pimientos blancos. La combinación de los ajos, chiles, cilantro, tomatillos, cebolla, sal y aceite se permean un sabor dulce y ácida; la pongo en mi lengua e inmediatamente una oleada revigorizante me llena. El sabor es una serenata para mis papeles gustativos, dejándome con ganas para más. Me hallo en un estado de dicha, pérdida en su canción. 

La próxima es la de aguacate. Con su textura grumosa, gruesa y densa, me atrae por el exterior, pero se engaña dentro de mi boca. Gracias a los jalapeños—un componente clave—, la sensación picante me da un puñetazo en los sentidos, y al aspirar el aroma, me estrangula por la nariz. Es como si fuera una de las sirenas griegas; algo del exterior os atrae, pero os dirige hacia la muerte… y no os dáis cuenta hasta que sea demasiado tarde. Con ojos llenos de lágrimas, me trago el resto sintiéndome insatisfecha mientras la garganta se quema hasta al estómago. A lo mejor me falta algo para aliviar la dureza. No es justo un vaso tonificante de agua sino la tortilla de maíz, fresca y casada con un calor reconfortante. Al juntar la tortilla con la salsa, alcanza una armonía entre los sabores diferentes. El dolor en mi lengua alivia un poco con la suavidad de la tortilla, pero en sus rastras hay un toque de calor de la salsa riquísima. 

Era mi despertador de salsa a Puebla Tacos y Tequilería...

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